Era enero de 2021, ya íbamos por la tercera ola de la pandemia en España y no teníamos otra opción que destinar plantas enteras del hospital a los enfermos de Covid-19.
En cada habitación había dos o tres personas con la misma enfermedad, pero con diferente perspectiva de esta. No puedo evitar acordarme de la habitación 501, en ella estaban Juan Carlos, Isidro y Alberto, hombres de unos 50 años, que llevaban aproximadamente una semana en el hospital. A nivel anímico, Juan Carlos e Isidro estaban muy bajos de moral, presentaban un cuadro depresivo que se iba agudizando con el paso de los días y que hacía muy difícil la situación para todos. Sin embargo, había una persona que, en ese momento de oscuridad y caos, aportaba un rayo de luz.
Esa persona era Alberto, en ese momento, tenía una neumonía que no le permitía ni hablar, aunque se reservaba la poca energía que le permitía la enfermedad para animar a sus compañeros de habitación y para hacernos bromas cuando pasábamos ronda en la habitación.
Ya están aquí “mis marcianos” nos decía de forma cariñosa. Como no podía hablar por teléfono con su familia, se encargaba de hacerles un parte médico lleno de sentido del humor para ponerles al día de su evolución, ese parte se lo enviaba por WhatsApp y luego me lo enseñaba para intentar sacarme una sonrisa.
Sin duda, era de esas personas que marcan la diferencia, que son especiales. Me acuerdo de Alberto porque no utilizaba el sentido del humor sólo para salir adelante, lo utilizaba para intentar que su familia no se preocupara, para que sus compañeros de habitación levantaran el ánimo, lucharan por salir adelante y para que los médicos tuviéramos un momento de pausa en medio del estrés y la oscuridad y nos fuéramos a casa pensando que habíamos tenido un buen rato en todo el día.
Desde entonces utilizo el sentido del humor para ayudar a mis pacientes a seguir adelante.
