Experiencia médica desde primera línea

Un artículo de

Dr. César Carballo

Adjunto de Urgencias Hospital Ramón y Cajal
Experiencia médica desde primera línea

El 14/03/2020 se declaró en España el estado de alarma, y se pusieron en marcha unas restricciones que por primera vez suspendían derechos fundamentales, para empezar un confinamiento que inicialmente duraría 15 días y acabó extendiéndose varios meses.

Unas semanas antes, los médicos de urgencias ya avisamos de que los criterios epidemiológicos que se estaban estableciendo, no correspondían con lo que estábamos manejando en los servicios de urgencias, y que el virus (que se pensaba localizado en la zona de Wuhan y Lombardía), se estaba transmitiendo desde hacía semanas de forma comunitaria.

Desgraciadamente, el 8 de marzo de ese mismo año y después de un vacío de datos en el fin de semana que todavía continúa, esto se hizo patente de forma clara. Las aglomeraciones de personas que tuvieron lugar esos días sirvieron para diseminar el virus de forma amplia, sobre todo en Madrid.

Tal y como anunciamos unos años antes en una sesión clínica (concretamente en el 2016), nuestro país no estaba preparado para afrontar una pandemia de estas dimensiones. En los primeros meses se constató la falta de material que sufrieron los sanitarios para afrontar la primera ola. Durante muchos meses, nuestro país lideró la clasificación de profesionales sanitarios afectados, lo que, sin duda, contribuyó a aumentar la incertidumbre y el estrés que los profesionales vivían; y que se reflejó en estudios que evidenciaron que la tasa de depresión y ansiedad rondó el 40% en algunos servicios de primera línea como los servicios de urgencias.

Numerosos hospitales implementaron ayuda psicológica para los sanitarios, que fueron claves para muchos, y les sirvió para afrontar sus miedos e incertidumbres, que sobre todo fueron las siguientes:

  • Miedo a infectarse: lo que veíamos a nuestro alrededor era algo que nunca habíamos visto. La sensación de que personas de todas las edades podían infectarse y pasar por la UCI, o fallecer, era algo que veíamos día a día. Todo ello agravado por la falta de material, como mascarillas FFP2 o trajes EPI, lo cual hacía todavía más difícil la asistencia a los pacientes infectados que finalmente colapsaron el sistema hospitalario. Cada día veíamos cómo compañeros del servicio caían infectados, la mayoría de forma leve, aunque algunos de ellos no tuvieron tanta suerte, ingresaron en la UCI y fallecieron, tal y como pasaba con la población general. Eso dejó un poso de miedo que era difícil reconocer.
  • Miedo a infectar a tu familia: el miedo no era solo caer infectado, sino además llevarlo a casa. Hay que recordar que, aunque ahora hay ya gran conocimiento sobre el virus, en la primera ola no se sabía nada de él, y las noticias llegaban con cuentagotas de China e Italia. El temor de infectar a tus familiares de más edad y a tus hijos era patente entre nosotros, porque, aunque parecía que el virus era peor para los mayores, se desconocían los efectos a medio y largo plazo para los más pequeños.
  • Trabajo en zona de guerra: la sensación de que los recursos del sistema de salud se ven sobrepasados de forma clara por la demanda de la población ante una situación imprevista como era la pandemia. El sistema estaba preparado para un hecho aislado, muy corto en el tiempo, como por ejemplo un atentado como el 11M. En este caso, todos los recursos actúan coordinados para absorber una demanda de necesidades alta, pero corta en el tiempo. Sin embargo, no lo estaba para absorber una demanda alta mantenida en el tiempo, así que todo el sistema tuvo que parar de atender otras necesidades de la salud, como patologías crónicas, operaciones programadas…etc., para atender SOLO COVID. Esto pasará factura en el tiempo, con aumento de morbimortalidad que durará años, y que también pasarán factura psicológica y física requiriendo un plus de un sistema que ya está al límite.
  • La sensación de enfrentarse a una enfermedad, en algunos casos muy grave, para la que no hay tratamiento posible: no estábamos acostumbrados a perder pacientes de forma tan brutal. Durante muchos meses, e incluso en estos días, tenemos la sensación de que no hay un fin. Durante los primeros meses, los fallecimientos hacían que muchos compañeros se derrumbasen después de horas de trabajo. Yo recuerdo que tuve que informar a un familiar de que, en una semana, había perdido a su padre y a su madre.

 

Todos estos miedos, frustraciones y penalidades, que a cada uno nos tocó vivir e interiorizar por nuestra cuenta, pasó factura al personal sanitario. Como ya dijimos, estudios sobre el terreno han demostrado la alta tasa de depresión y ansiedad entre nosotros, llegando en algunos casos a abandonar el puesto de trabajo o a coger bajas largas por depresión. Lo que, unido a la escasez de personal, ha agravado todavía más las condiciones de los compañeros que seguían luchando desde sus puestos.

De esta manera, asistimos hoy en día a un verdadero problema en atención primaria, con plantillas escasas y sobrecargadas, y con una alta tasa de burnout que va a ser muy difícil de recuperar, empezando a ver los mismos problemas en los servicios de urgencias.

Iniciativas como esta pueden servir para que los profesionales cuenten sus experiencias durante esta pandemia, compartan sus temores, sus miedos e incertidumbres de futuro; y se abra un debate enriquecedor que nos sirva para comprender que esos sentimientos, que muchas veces nos abruman, son compartidos por una gran parte del colectivo sanitario. Ninguno debemos sentirnos solos, podemos aprovechar las vivencias de unos en beneficio de todos, porque juntos, sin duda, somos más fuertes.

Un comentario

  1. Yo pasé la primera ola ingresada en el hospital , veia las caras de incertidumbre, angustia y miedo de mis compañeros. Tuve suerte de poder entrar en la UVI y salvarme.

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  1. Yo pasé la primera ola ingresada en el hospital , veia las caras de incertidumbre, angustia y miedo de mis compañeros. Tuve suerte de poder entrar en la UVI y salvarme.

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